Si yo, tú...

Por fin llegó el día. Los dos esperaron un año para poder llegar a aquel momento. Se vieron en secreto desde muy temprano y se escaparon a un pequeño lugar que hicieron suyo muy pronto. Ella vestía una hermosa falda blanca; él, traje y camisa negra.

-¿Quieres ver tus regalos?
-¡Claro! ¡Ya quiero ver qué son!

Ella le pidió que cerrara sus ojos y él lo hizo. Era una cajita de cartón, pequeña y envuelta de un papel plateado con un moño amarillo. Dentro escondía una pulsera de plata que ella escogió con mucho cuidado. Había otra cajita similar, sólo que ésta tenía un moño azul eléctrico. En su interior había un dije con un símbolo tribal. El último regalo era un albúm que hizo con sus manos. Había muchas fotos de los dos en variadas ocasiones. También tenía algunas imágenes significativas para ambos. El albúm camuflaba dos cartas. Una hecha mucho antes de conocerlo y, la otra, hecha un mes atrás, más o menos. Sólo ellos dos saben qué letras contenían, pues, se pusieron a llorar con sólo palabras comúnes y corrientes... O, ¿no?

-¿Tú no quieres ver tus regalos?
-¡Sí! Me toca.
-Pero también debes cerrar los ojos.

Ella cerró sus ojos y también los tapó con sus manos, como si una tentación más fuerte que ella pudiera hacer que los abriera antes de tiempo. El primer regalo fue una envoltura de regalo personalizada (aunque suene repetitivo y a choro). Dentro había un vinil de su canta-AUTOR favorito, grabado en España. Dentro, había también un poema que seguía y seguía y parecía no terminar... Así fue: Continuó en la siguiente envoltura. Esta vez, contenía LA película. Hay parejas que tienen una canción o un poema y dicen algo como, "Nuestra canción" y suspiran. Bueno, pues, en su caso, era su película. Era difícil de conseguir, pero él se esmeró para hacerlo. Sólo aquél ser sabe a quién tuvo que llamar para poder entregársela en un día tan especial. El poema, sin saberlo, terminaría dentro del monedero de ella. Además, había una carta.

Hubieron lágrimas, abrazos, besos, caricias. Pusieron los regalos a un lado y, de pronto, el mejor obsequio fueron ellos dos: Uno frente al otro, amándose limpiamente.

El reloj marcó la hora de dejar aquel lugar, alejado de todo lo que tenía poder para separarlos un poco de esos instantes tan suyos. Partieron y fueron a un compromiso que les obligaron a aceptar. Lo sé, lo sé. Pero no fue así de malo. Comieron muy rico y en lugar bastante fresco.

Unas horas después, se despidieron y fueron a vivir el final de su DíA. Decidieron terminarlo en Coyoacán. Tomaron un café juntos y caminaron y caminaron. Vieron muchas cosas que querían comprar y que soñaban con hacer suyas de un momento a otro. Ella se abrazaba fuerte a su brazo o a su tronco. Le gustaba sentirlo cerca. Él la aceptaba con mucho amor entre sus entrañas, le gustaba sentirla aferrada a su pecho latente.

La noche llegó y ellos seguían juntos. Pero se acercaba la hora de despedirse.

Se subieron al auto y la llevó a casa. Le costó mucho trabajo bajar de ahí. Quería decirle que se fueran, que fueran valientes y huyeran juntos, pero era un sueño muy romántico y poco realista. Le dio más de un beso para despedirse. Le dijo cuánto lo amaba y él le correspondió...

Ella se bajó del auto. No tuvo valor para huir a su lado en un vuelo. Entró con una lágrima al jardín, pero no por tristeza, sino por el hecho de que se haya pasado un año tan rápido. Era más que feliz a su lado. Ahora sabe cómo es el amor de verdad y no mamadas...