2011

De la nada me encontré disfrutando, como niña buena, del fin de año: con mi familia, compartiendo mis cosas con los demás, diciendo siempre palabras amables y ayudando a los preparativos.

De repente me di cuenta de que muchas personas te desean cosas positvas y bla, bla, blá, pero muy pocas compartirán todo tipo de momentos a tu lado. Porque, si es verdad que siempre esperamos que el año cargue cosas buenas, no siempre es así. Nadie se pone a pensar en las cosas negativas que podrían suceder, ni siquiera por lo bueno que se pueda sacar de ello.

Al poco de haber abrazado a toda mi familia, de haber comido uvas y tomado sidra, recibí un comentario que amargó por completo mi celebración. Sé que alguien se dio cuenta, pero no dijo algo para "no hacerlo más grande". Entonces recordé todos los problemas del año pasado. Fue como si ese solo comentario y esa sola negación me hubieran echado un asqueroso chorro de agua helada, como si el frío de la temporada no fuera suficiente.

Lo siguiente fue darme cuenta de aquello que he evitado desde que entré a la universidad. Una cierta conversación. O, mejor dicho, una revelación que, conforme avanzan los semestres, se va volviendo más cercana y comienza a darme miedo. En un momento pensé que no sería tan difícil, pero, hoy creo estar más consiente y saber que lo será.

Y eso es lo que me caga: sentir miedo. Y no sé si me refiero al miedo a la reacción o a que sé cómo puede ser esa misma.

Este es el primer post del 2011. Espero que no sea una especia de predicción, porque, de serlo, no será fácil.